6.08.2008

Jardín

Hoy la historia los situó en un banco de una plaza, la luz dejaba este día dando paso a la noche, el frío entraba y parecía no importarles. Los árboles contemplaban la sucesión de abrazos, miradas, caricias y besos que adornaban el paisaje, era difícil distinguir que adornaba a que, si los follajes semi verdes, semi caídos o la sola existencia de aquellos que sentados acompañaban la despedida de la tarde.
Mirada tras mirada, compartían historias y pensamientos, caricia tras caricia y el frío hacía esfuerzos inútiles por espantarlos, por mandarlos a casa, todavía era muy pronto, había mucho más que decir. Ella resistía a los temblores de sus piernas mientras él recorría su espalda intentando colgar sus sueños en las estrellas que decidieron acompañarlos, esas que venían y se sumaban a la escenografía perfecta que proponía esa noche.
A veces parecían perderse en el infinito, la mirada fija y perdida en ninguna parte o, simplemente en todas; cada tanto se permitían dar sorbos al café que hacía de excusa perfecta, era extraña la sensación, como si el mundo hubiera presionado la pausa y les diera un mar de tranquilidad, que se presentaba de manera conciente al goce de los interesados. Se acababa el café, pero no así las excusas, es más, ya ni siquiera eran necesarias, no había algo mejor ni nada que se le pareciese.
Cada encuentro se ha convertido en un paso, cada encuentro llega cargado de nuevas cosas que se quedan en espera de la llegada del próximo.
Cada roce sienta las bases para lograr traspasar las miradas que intentan despojarse de los filtros adquiridos, de las miles de razones que no se quieren escuchar, y aferrarse de las menos, pero suficientes para seguir sentados en aquel banco viendo como caen las hojas y la capa de hielo se hace más delgada.
Ya casi sin hielo se muestran terrenos con brotes nuevos, siempre estuvieron ahí resistiendo el largo invierno, confiados y ciertos que llegaría el cambio de estación con la luz que guiará el camino de lo que nacerá donde sólo había una gran capa de hielo.
Mientras veían como todo cambiaba de color, él levantaba una ceja como buscando explicarse lo que llenaban sus ojos, ella sonreía coqueta asumiendo su responsabilidad, declarando con total seguridad que queda más por ver y que debe quedarse, que sin él y sin ella no existe este nuevo jardín.
La noche ya casi ha relevado al día, y sencillamente las estaciones cambiaron en ellos creando un mañana distinto, tan distinto como es su simple posibilidad después de que ayer no estaba tan claro. Un mañana que no respeta lo establecido y asumido, pero que tampoco se presenta con la nitidez que asusta, ninguno de los dos sabe donde los llevará, ni siquiera podrían asegurar que estarán sentados en ese mismo lugar.
No existen las promesas y las condiciones no tienen tal forma, no existen las reglas ni las formas obsoletas o predeterminadas. Mientras ella sonría coincidiendo con él y su ceja, el camino va despejando los obstáculos y los pasos serán más regulares.
Llego la hora de dejar el jardín, se toman de la mano para buscar la salida y marcar la entrada, ya que han quedado para otros encuentros y aquel jardín será su refugio, estará ahí esperándolos para ver cada cambio de estación.




1 que tienes que decir...:

Anónimo dijo...

La ceja levantada que siempre busca explicación... ese eres tu sr Jaramillo de Chile. Quién será la de la sonrisa ó bueno, quién es en este presente???