Era un día de esos, de esos que se encuentran de vez en cuando sin quererlo y todavía sin saber como vivirlo. Era un día extraño desde el inicio, lleno de sensaciones con sabor a tristeza sin motivo, con atisbos de extrema sinceridad, de la más dura y castigadora, levemente autoflagelante, levemente opaca y apenas iluminada por la sonrisa espontánea de la belleza de los sueños.
Era un día para quedarse con la cabeza en la arena, escondido bajo las sábanas y buscando refugio donde se pudiera. Parecía no tener vuelta, no alcanzaba a mostrar un quiebre que permitiera pensar en salir de las trincheras al campo abierto y en total exposición. Todo se veía tan oscuro, se mostraba un mundo triste, un poco gris, a veces, demasiado gris.
La tristeza se dejaba caer torrencialmente hasta los lugares más inexpugnables y ocultos. El gris avanzaba raudamente e inconsciente, no importaba nada más que teñir de gris lo que a su paso encontrara, el color era molesto y hasta arrogante para ese día, bastante pretencioso y fuera de contexto. Era un viaje vagabundo a través de la memoria, transparente escape hacia lo mejor de cada uno, todo lo que va quedando atrás y vamos dejando a través de los años y sus tristezas.
Benedetti hablaba de la tristeza como quien almacena los desastres del alma, Nervo pensaba en ella como un don del cielo y Victor Hugo apuntó que la melancolía era el placer de estar triste. Pero esta tristeza es diferente, tiene que ver con un mundo que apenas se muestra, respecto a una distancia impuesta y estricta, lejos de error y cercana a la alegría. es una tristeza contenida en la ausencia y su reemplazo, triste se está por extrañar, por echar de menos la alegría de la total presencia.
Triste estaba por extrañarla y lo que involucra, triste estaba por estar alegre y no tener con quien compartir esa alegría, triste estaba por estar tan lejos. Poco a poco el gris se cansó y fue abandonando el lugar, no se planteó una batalla muy dura, más bien su retirada tenía bastante de un acto voluntario.
Poco a poco este día de estos ya no lo era tanto, y se aprendía a vivirlo y lo extraño no se mostró al final y la oscuridad era un recuerdo, se convirtió en el marco perfecto para ese rayo de luna que iluminaba su sonrisa triste de alegría y cruzaba sus lágrimas delicadas, las que tentaban a la belleza en su reflejo.
Y es que habían pocos días así, grises hasta el infinito pero nunca el infinito fue tan breve. Nunca la tristeza fue tan alegre y nunca se ha estado tan cerca a pesar de estar tan lejos.