Un día de estos, cualquiera puede ser, pero un día de estos tendré al frente lo que estoy esperando. A diario me encuentro caminando en la soledad del día a día, en la soledad que puede entregarte una ciudad tan grande como ésta, algo paradójico, pero así es. Acomodado de la forma que se pueda en los vagones del metro veo a una ciudad completa ponerse en movimento y soy parte de eso, horas más tardes en un vagón similar veo como el funcionamiento disminuye y todos corren a refugiarse, todos vuelven al punto de partida.
Veo rostros amigables, otros no tanto, veo el mío en el reflejo y a veces tampoco puedo sacarme el cansancio y el hastío, pero mientras soy conciente lo intento. Escucho historias, cuentos y más de alguna barbaridad que hacen más entretenidos estos momentos de soledad acompañada.
Los días se han vuelto grises, helados y la gente también; al parecer los abrigos son proporcionales y están directamente relacionadas con las corazas personales.
Hace días me pregunté sobre cuanto me podía parecer a quienes son los ciudadanos de esta ciudad, después de un año no me quedó más que reconocer que ya soy uno de ellos, con los mismos vicios, las mismas licencias, el mismo ceño fruncido y la misma soledad. Trato de hacer mis días diferentes, trato de no perder quien soy y proponer una versión flexible y adaptada al contexto.
Poco después de un análisis más profundo, entiendo y me tranquilizo, no soy como ellos y, simplemente, no lo quiero ser. He adaptado lo que soy a la realidad local, pero no he perdido la esencia, no he perdido la capacidad de asombro ni la capacidad de abstraerme y ser lo más reflexivo posible.
Hoy camino con mi soledad de compañera, pero sonríente, no quiero llevar el ceño fruncido, no quiero perder el respeto por quienes caminan a mi alrededor con sus soledades a cuestas, no quiero pasar a llevar con mis codos y brazos a quien pueda estar cerca, no quiero dejar de encontrar una sonrisa cuando es eso lo único que puedas recibir, no quiero dejar de entender que quien va sentado a mi lado en el vagón del metro, ha tenido un día, a lo menos, parecido al mío.
Me niego a renunciar a la posibilidad de poner resistencia a la inercia.
La vida está afuera y un día de estos nos cruzaremos o compartiremos el recorrido habitual. Y quizás sólo me sonreirá y devolveré el gesto con la otra sonrisa.
Siempre habrá una sonrisa para quien quiera abandonar su soledad, o intercambiarla...quien sabe.
Veo rostros amigables, otros no tanto, veo el mío en el reflejo y a veces tampoco puedo sacarme el cansancio y el hastío, pero mientras soy conciente lo intento. Escucho historias, cuentos y más de alguna barbaridad que hacen más entretenidos estos momentos de soledad acompañada.
Los días se han vuelto grises, helados y la gente también; al parecer los abrigos son proporcionales y están directamente relacionadas con las corazas personales.
Hace días me pregunté sobre cuanto me podía parecer a quienes son los ciudadanos de esta ciudad, después de un año no me quedó más que reconocer que ya soy uno de ellos, con los mismos vicios, las mismas licencias, el mismo ceño fruncido y la misma soledad. Trato de hacer mis días diferentes, trato de no perder quien soy y proponer una versión flexible y adaptada al contexto.
Poco después de un análisis más profundo, entiendo y me tranquilizo, no soy como ellos y, simplemente, no lo quiero ser. He adaptado lo que soy a la realidad local, pero no he perdido la esencia, no he perdido la capacidad de asombro ni la capacidad de abstraerme y ser lo más reflexivo posible.
Hoy camino con mi soledad de compañera, pero sonríente, no quiero llevar el ceño fruncido, no quiero perder el respeto por quienes caminan a mi alrededor con sus soledades a cuestas, no quiero pasar a llevar con mis codos y brazos a quien pueda estar cerca, no quiero dejar de encontrar una sonrisa cuando es eso lo único que puedas recibir, no quiero dejar de entender que quien va sentado a mi lado en el vagón del metro, ha tenido un día, a lo menos, parecido al mío.
Me niego a renunciar a la posibilidad de poner resistencia a la inercia.
La vida está afuera y un día de estos nos cruzaremos o compartiremos el recorrido habitual. Y quizás sólo me sonreirá y devolveré el gesto con la otra sonrisa.
Siempre habrá una sonrisa para quien quiera abandonar su soledad, o intercambiarla...quien sabe.