8.31.2008

Ausencia

Extraño es el momento que cae en su puerta y se muestra por la ventana. Extraña es la responsabilidad de sentir todo lo que siente, asumiendo que no hay culpas ni respuestas, sólo la conciencia que permite entender que entre el antes y el después siempre estuvo él, que no hay testigos ni nadie a quien pueda colgarle un trozo del espacio que divide lo que antes parecía tan unido.
Él deja la tranquilidad anterior, precisa incoporar nuevas dimensiones para lo que vive mientras respira el perfume de los ojos que le llenan día a día, las noches también sufren de aromas y discusiones acerca de verdades, cuales más y cuales menos, distintas impresiones al contemplar la misma escena que tantas veces ocupó sus tardes.
Ella lo mira entre la multitud y juega a reconocerlo, intenta disfrazarlo entre el tumulto para no perderse ni perderle el rastro, a su manera lo distingue, mantiene a pie firme su mirada y no se mezcla entre tanta gente. Lo mira desde lejos, está al tanto de sus paseos vespertinos descargando el día.
Ella ahora no está y para él todo ha sido muy distinto, se siente la ausencia y la vive a cada minuto, se siente la ausencia cuando camino a casa y ya no suena el teléfono y tampoco ha vuelto a caminar por esa calle que solían recorrer juntos cuando quedaba poco día.
Ella ahora no está, su paradero es bastante lejos de donde el deambula por estos días, no se sabe si volverá y tampoco en que momento. Él quiere volver a encontrarse con tanta sonrisa y no pretende buscarle un reemplazo, sabe muy bien que de eso no se trata, sabe muy bien que no hay posible sustituto ni algo parecido.
Ella a la distancia pareciera encontrarle cierto gusto, a veces puede ser tan incómoda, otras no tanto y le dan la claridad para mantenerse firme en sus creencias, para ni intentar preguntar que tal si fuese de otro modo.
Ya han pasado un par de días y definitivamente ya no son lo mismo, ella caminó sin previo aviso y cuando él lo entendió ya estaba lejos, ya la ventaja era tanta que costaba tomar la decisión si seguirla o darle el espacio para que vuelva.
La vuelta tampoco es clara, ¿a que volvería?. Lo que la espera es algo que no quiere, lo que la espera es lo que la hizo partir. ¿Cómo volver a un lugar que ya no existe?. Ella prefiere mirar desde lejos, él no sabe lo que quiere, pero no puede verla a la distancia.
Él poco a poco ha entendido que el lugar que acostumbraba ya no existe y que él también se fue. A medida que los hechos han tomado otra temperatura asoma la nueva realidad, la que muestra que ambos abandonaron su refugio, nadie se quedó ni menos alguien abandonó al otro. El lugar que los recibió por tanto tiempo desapareció.
Aparecen nuevas preguntas, nuevas aventuras para llegar a las ansiadas respuestas o quizás más que ansiadas, por el momento, necesarias. Él lo quiso todo, ella quien sabe, lo más probable es que ella lo dio todo, lo que tenía para darle.
Quizás en algún momento ambos encuentren los puentes que los lleven al lugar donde se reunirán otra vez, quizás este nuevo lugar pueda mantenerse sin desaparecer como lo hizo el anterior. Quizás ese lugar está más cerca de lo que piensan.

8.25.2008

Puente

Ella apareció de la nada. Él intentaba buscar en todos lados menos en el indicado, siempre pasó de largo y otras ni siquiera se acercó. Ella respondía a sus sueños y construía puentes interminables y precisos, dispuestos al encuentro. Estaban ahí, él los vio primero y siempre los mantuvo a la vista para no perderse cuando quisiera cruzarlos; ella también los reconocía, pero no sabía si algún día los cruzaría, no sabía si sus motivos para cruzarlos eran los mismos que los de él.
Poco a poco todo era un puente, poco a poco era más fácil cruzar que quedarse en sus respectivos lugares. Los días corrían y los puentes ya eran verdaderas fortalezas, macizas construcciones de espectaculares dimensiones. Algunos eran, además, tan altos que el riesgo a caer se plantaba casi como un letrero de advertencia en sus pilares. Pero quizás esa era la gracia, tomar la decisión de cruzarlos, manteniendo la preocupación de no caer.
Él un día tomó sus cosas y contempló por un rato el otro extremo, miró con atención lo que allá lo estaba esperando, notó también, lo que dejaba a este lado. Después de tanto análisis, tomó impulso para cruzar corriendo, ya estaba convencido y debía atreverse, sentía que por algo esos puentes se habían trazado.
En pleno cruce sucedió lo inesperado, algo que no había contemplado, no estaba en sus divagaciones anteriores, sucedió que a pesar de las ganas y la curiosidad, sólo pudo recorrer la mitad del camino, ella lo esperaba ahí, ya sabía de sus ganas de cruzar y estaba ahí esperando, conocía plenamente los hechos y como se presentarían, alguna idea tenía de las motivaciones, pero supo pararse a la mitad del puente para contener el paso de quién estaba al otro lado.
Ahí se quedaron, ahí están los dos por estos días, a mitad del puente, ella sin saber si cruzar o volver, si permitir que él siga corriendo o pedirle que regrese al punto de donde vino; él también duda, no sabe que hacer, quiere cruzar, pero necesita que ella también lo quiera; quiere volver, pero teme que cuando salga de ese puente, éste se caiga, se desmorone apenas tome pie en tierra firme y deje a cada uno a su propia deriva, sin entender la razón de aquellos puentes, lo que demoró su construcción y lo fácil que se desmoronan.
Él entendió que los puentes estaban ahí para cruzarlos, entendió además que el punto intermedio es temporal, la construcción no resiste que permanezcan ahí, en algún momento se verán forzados a cruzar a alguno de los dos lados.
Ya se verá cuanto resiste, y cuando resisten.

8.13.2008

Andén

Ella lo miró pensando en el largo viaje que traía a cuestas, él no se percató de su presencia al primer instante. Se cruzaron sus caminos en ese viejo andén, entumecidos de frío, ambos se refugiaban de la lluvia, de esa que por esos lados aparece con gran generosidad; ambos recorrían en círculos su pequeño espacio, ambos fijaban la mirada en viejas colillas de cigarros que guardaban otras historias, testigos de otras conversaciones y esperas.

De reojo y cada cierto rato comenzaban a cruzarse sus miradas, de reojo y sonriente se tejía otra historia, acompañada de una complicidad silenciosa e impulsos que con razones permanecían sentados sin ceder un centímetro.

Y fueron quedando solos, las horas pasaban y ambos se acompañaban, por lo menos en el espacio; ambos se refugiaban en canciones previamente escogidas, ella consumía el tiempo en cigarros y conversaciones telefónicas que a la distancia hacían pasar el tiempo más rápido. Él leía a Cortázar y en su bolso se escondía Benedetti, él no le perdía movimiento y párrafo tras párrafo volvía a mirar, así como por casualidad, y volvía a sonreír buscando alguna señal o simplemente la explícita invitación a acortar distancias y quizás alcanzar a verse en los ojos del otro mientras se cuentan sus respectivas historias, las que los habían llevado a compartir esa espera, al final de cuentas, la que los había reunido. Pero esa invitación no llegaba y tuvo que tomar sus cosas y una buena excusa para dar el primer paso; y lo dio, algo inseguro los primeros metros, pero acercándose al cien por ciento en la llegada. Levantó la ceja y sacó la mejor sonrisa, tiró encima de la mesa la excusa escogida y esperó la respuesta; ella lo miró, le devolvió el gesto con su sonrisa, respiro profundo, se tomó su tiempo, algo que para él fueron horas, para ella sólo fue una pensada decisión para tomar el control.

Con todas las cartas en la mesa y el andén ya estaba lleno de escombros del muro que en algún momento los separó, sentados sobre ellos compartieron un café, brevemente cada uno hizo su presentación, hablaron cada cual de sus recorridos previos, de otros andenes y del ahora. Para ambos la espera todavía era larga, quedaba mucho tiempo aún y esta espera ya era un regalo, que al menos será guardada como una buena historia que se contará a sus amistades y cada vez que se enfrente al relato aparecerá la misma sonrisa y la mirada de reojo.

Ella le habló de canciones y asuntos pendientes, le habló de la vida, de lugares increíbles y otros aburridos, desnudó sus sueños mientras sacaba otro cigarro. Él escuchó, por sobre todas las cosas, sólo escuchó; se dedicó a mirarla y contemplarla, intentó infructuosamente en dimensionar la vida en ella, se preguntaba cómo podía existir tanta vida en una sola persona y se miró en el reflejo de un charco buscando vida, registró su interior y sus bolsillos y para él sólo habían papeles y boletas algo añejas, un viejo cancionero y Cortázar, historias de otros y se sintió pequeño y tembloroso en aquel andén.

Ya no estaba seguro de querer saber algo más, lo que ya sabía lo tenía algo incómodo y no quería que ella quisiera indagar en sus rincones buscando la vida que él pensaba no tener, no quería que ella viera su pobreza, de vida; sobrecogido al menos y disimulando otro tanto empezó a tomar nota de la vida que mostraban sus ojos, pensó claramente en la posibilidad de ser tan brillante como ella, pensó en que aquella conversación no gozaba de gratuidad alguna y que debía valorar el momento. Pensó en otro andén, otro momento, pero algo le decía que tenía que pensar en este y sólo en este que lo tenía ocupado aquel momento.

Por su parte ella se sintió feliz, sintió que la espera no era tan desagradable y disfrutaba cada palabra que intercambiaban, disfrutaba cada segundo y de ninguna manera se encontró con esa pobreza que el temía, ella logró ver en él la paz que tan esquiva le era, logro ver en él la humildad y sencillez de quién ha vivido aprendiendo y la avaricia no es cuento para su sonrisa.

Había transcurrido más de una hora de su excusa y él no quería otra que los separara y cortara ésta historia, todo parecía indicar que no había algo que hacer, había llegado el momento y este se acababa. Frente a sus narices los esperaban los buses que los llevarían a cada cual donde decidieron antes de conocerse. Por exclusiva coincidencia parecía que la vida se presentaba tan sincronizada como pocas veces, ambos buses marcaban en sus parabrisas la misma hora de salida, pero con destinos completamente diferentes, casi opuestos.

Él inició los fuegos de la despedida, sacó a Benedetti de su escondite, escribió una nota en la primera página y se lo regaló, le habló de no perder contacto, de encontrarse de alguna manera, de repetir la tertulia y poner un punto seguido en vez de uno final. Nerviosamente disimulaba el rechazo a lo que sucedía, no podía creer que se había acabado y tampoco podía creer en una segunda oportunidad; de sus labios salió un discurso combinado, mezcla de hasta luego con no te vayas, los buenos deseos se confundían con el casi ruego que imploraba que no se fuera a ninguna parte, que, al menos, quería comprarle otro café. Ella lo miraba y no paró de sonreír, disfrutó del espectáculo y siempre sintió el control, él seguía hablando con miedo a que cuando terminara de hacerlo se viniera lo que no quería, la despedida.

Ella tomó a Benedetti, agradeció el regalo y jugó un poco con el tiempo nuevamente, se mantuvo en silencio mientras él esperaba alguna respuesta, tomó sus cosas, agarró su bolso, apagó el último cigarro, lo miró con otra sonrisa y le dijo: “¿Qué tal si me lees a Benedetti mientras viajamos? ¿Café, con una o dos de azúcar?

8.05.2008

Esperaré...equivocarme otra vez

Esperaré a que puedas descifrar tus pasos entre tanto tumulto, al tanto descifro los míos e intento ponerme en la línea de tus pasos. Espero evites la salida y sigas orbitando en mis sueños, los que busco despierto y los que menos recuerdo, esos que suceden dormido.
Pocas veces me dejo convencer tan fácil, pocas veces logra acorralarme la vida y logra pone en evidencia lo pequeño y vulnerable, hace gigante lo que es más y revuelve los sentidos hasta no saber siquiera cómo empezó la conversación, en que punto estamos y como continuarla. Pocas veces me sorprendo haciendo lo que sea sin saber por que lo hago, otras veces lo hago conciente y trato de dejarme llevar, nunca se sabe, quizás en esas idas y venidas te encuentre en el camino y quiera que la lluvia me empape mientras cuido que estés a salvo o simplemente te invite a empaparnos juntos.
Te veo salir y entrar, te veo mientras pierdo tus pasos en la niebla, quedo sólo con la posibilidad de no perderme el sonido de tus pasos, de seguirlos a tientas entre la niebla y la oscuridad. Te escucho reir y otras tantas quejarte de lo fácil que parece todo y al revés, que lo mismo tan difícil se pone, que cuando no queremos menos cuesta, que cuando quieres perderte todos te encuentran, y cuando quiero perderme sólo quedas tú, a lo lejos, pero pareciera no importarte, casi como si ese fuese tu lugar.
Miras al cielo, te pienso distraída y juego con mi presencia, pruebo tu interés y disfruto con el mío. Intento perderme, pero ya tengo encima tu mirada, el peso de lo que me importas se siente claramente, entonces miro al cielo y pido un deseo, dos minutos sin mi cobardía, dos minutos frente a frente, de espalda a los fantasmas y a las ganas de perderme.
Causas perdidas e imposibles, tu nombre ya no lo es tanto, he logrado memorizarlo y a veces me canso de perderte, me canso de mi cansancio y me agota la libertad de no hacerme cargo de verte y abandonarme cada vez que pueda.
Por el momento prefiero contemplarte y aprender donde encontrarte, que no sea cosa que cuando me atreva a dejar de mentirme ya no estés en el lugar en el que te vi dormir en paz la última vez.
Quizás deba permitirme cometer más errores y cuando llene mi discurso de explicaciones, entre ellas aparezca la que tanto te debo, la que he debido darte antes, la que debo darte ahora.
No debo dejar que la estrella se pierda, que cuando quiera perderme de verdad pueda hacerlo y no estés a mi regreso. Y que, tristemente, las explicaciones me las tenga que dar a mí mismo, que por no querer equivocarme, me equivoque mucho más.
Prefiero, sin duda alguna, poder decir que me equivocaría, feliz, otra vez.